ESTE ESCRITO ES PRODUCTO DE UNA REFLEXIÓN COLECTIVA DEL GRUPO AMPLIADO DE INVESTIGADORES. EDICIÓN Y REDACCIÓN: DOLLY CRISTINA PALACIO, MARÍA CLARA VAN DER HAMMEN Y AMPARO DE URBINA
Este libro no se lee linealmente. Por lo tanto, si alguno de ustedes empezó por aquí les recuerdo que en esta parte del libro recogemos un conjunto de reflexiones colectivas de una experiencia de investigación colaborativa en el que participaron de manera directa aproximadamente 70 personas de distintas organizaciones, disciplinas y saberes, géneros y procedencias, durante más de 5 años, 2012-2017 (introducción). Todos nosotros tenemos en común, además de ser humanos viviendo una experiencia en la Tierra, el compartir nuestro espacio de vida como vecinos de Bogotá, que por algún movimiento en la trayectoria de cada quien hoy estamos aquí construyendo un fragmento de nuestro camino en compañía de otros.
Este camino se fue haciendo primero con las intenciones, y después con los conocimientos, propuestas y acciones que cada uno y cada una aportó a este espacio. Todos estos aspectos los fuimos entretejiendo con los demás, para ir configurando el proceso investigativo del cual damos cuenta en los escritos que se organizan en este libro.
No es nuestra intención aquí entrar en una exposición muy detallada y compleja sobre los múltiples hallazgos, voces y aprendizajes que hicimos en este espacio de tiempo, en el que compartimos muchos momentos reunidos conversando sobre cómo aproximarnos al agua en un contexto de transición de borde urbano-rural en el sur de Bogotá. Más bien, y a manera de apuntes que fueron recogidos en el último seminario de investigadores en septiembre de 2017, queremos compartir con ustedes nuestras principales impresiones sobre lo que nos encontramos al compartir los aprendizajes que hicimos en este camino juntos y, por supuesto, sugerir algunas pistas para la construcción de una gobernanza situada del agua, desde redes de práctica y aprendizaje reflexivas y propositivas. Esperamos, desde lo poco que logramos –no por demeritar lo alcanzado, sino por lo enorme de la tarea–, compartir esta experiencia. No solo para nutrir las conversaciones con otros en el territorio que trabajamos –lo que sería un buen logro–, sino también, buscando que sea fuente de inspiración para muchos otros esfuerzos sociales de colaboración y trabajo conjunto que hoy se están tejiendo en este continente americano y, porque no, para que dialogue con los esfuerzos colectivos de otras latitudes.
En las indagaciones que hicimos sobre el borde urbano-rural del sur de Bogotá pudimos constatar claramente que Bogotá, como una muestra de lo que pasa en muchas ciudades latinoamericanas, pero seguramente también en otros continentes, está expandiéndose bajo una lógica de producción urbana tanto formal como informal de manera desenfrenada y desordenada (véase Historia urbana). Esta expansión, por supuesto, está afectando la cantidad y la calidad de agua que se produce en la estructura ecológica principal de este territorio (véase Historia ambiental), de la cual depende una gran cantidad de población asentada en esta parte de la ciudad (véase Caracterización sociodemografica, Marcela García). Pero sobre todo, la expansión urbana desordenada está poniendo en peligro las fuentes de agua que los habitantes, principalmente pequeños propietarios campesinos de las áreas rurales de este territorio, usan para sus sistemas de vida, así como su capacidad para seguirlas protegiendo como lo han hecho hasta ahora.
Es claro que el modo de vivir urbano se impone sobre el territorio del sur de Bogotá. Este parece ir a su paso por el territorio, desapareciendo maneras de vivir campesinas tradicionales que, si bien no son perfectas, tienen claves importantes para ofrecer opciones complementarias y necesarias de ocupación, uso y valoración del territorio. Sin embargo, observamos que, en esta aparente matriz urbana desordenada y recientemente establecida en el sur de Bogotá, hay potenciales de otros modos de vida que están presentes en las experiencias de habitantes, tanto rurales como urbanos, quienes tienen en su memoria inmediata saberes campesinos y conexiones con el cuidado del agua importantes. Estos saberes, aún insertos en la memoria, pensamos que pueden ser aprovechados por el gobierno de la ciudad para crear gobernanzas ambientales basadas en la gestión social y comunitaria del territorio y el agua; incorporando en las políticas públicas las propuestas que vienen desde las comunidades y sus líderes y que podrían ser la base para proponer nuevas rutas posibles en las formas de vivir en este lugar.
Con el fin de organizar los temas que queremos compartir, este texto está dividido en tres partes. La primera señala los puntos importantes del territorio de borde y su relación con el agua. En la segunda compartimos algunos de los aprendizajes sociales que hicimos como colectivo en esta red tripartita. Por último, en la tercera parte, enunciamos algunas pistas para la gobernanza desde una perspectiva situada y reflexiva que aporte a la gestión colaborativa del agua.
Tanto los estudios científicos como la percepción social sobre el territorio y las intervenciones del Distrito, evidencian que desde la estructura ecológica y sus características fundamentales hay una diferencia marcada entre Usme y Ciudad Bolívar, en cuanto a su papel de suplir servicios ecosistémicos para la ciudad. Ciudad Bolivar, al presentar un ambiente subxerofitico, no se asocia con la abundancia de aguas, y más bien ha inspirado la ubicación de actividades mineras y la ubicación del relleno sanitario, considerando que tal vez este lugar al ser más seco es menos susceptible a daños ambientales. En cambio, en Usme se cuenta con ecosistemas más húmedos y se ha asociado con el agua y por lo tanto es valorado en primer lugar por este servicio ecosistémico.
A pesar de estas diferencias, en general se puede decir que en el borde encontramos toda una serie de actividades que generan contaminación: unas están enmarcadas dentro de lo formal legal, como la titulación de minería de materiales de construcción o la operación del Relleno Sanitario Doña Juana, y otras son más informales, como la presencia de actividades mineras ilegales, la operación de mataderos ilegales o las prácticas de usar las fuentes de agua del territorio para el lavado de zanahoria, y hasta el uso de predios para la quema de baterías y llantas, entre otras, sin que estos cuenten con un control de las autoridades ambientales. Muchas de estas actividades demuestran que para la urbe el espacio del borde del sur es el patio trasero.
En cuanto al servicio ecosistémico de provisión, el territorio del borde sur provee de materiales de construcción y hace importantes aportes en cuanto a alimentación para la ciudad. Estos servicios no siempre son compatibles con el servicio ecosistemico de la provisión del agua. Tanto la minería como la agricultura, que hace amplio uso de agroquímicos, tienen un efecto contaminante que los habitantes rurales resienten, en especial cuando amenazan con afectar los puntos de donde toman el agua.
Desde que se han construido los acueductos veredales, la preocupación de los habitantes rurales ha sido cuidar las fuentes de agua en el punto en donde se encuentra la bocatoma y se ha ido abandonando el cuidado de las fuentes aguas abajo. De esta manera se han ido contaminando las fuentes de agua y se han ido descuidando los ojos de agua.
A nivel de los hogares existe un cuidado del agua a escala micro, pues se presenta una práctica muy generalizada de recoger el agua lluvia para uso de los animales y el riego de las huertas y jardines, y el reuso del agua, relacionado con reducir el pago por este servicio.
Los pequeños propietarios y los sin tierra son los que hacen parte de las organizaciones y plantean soluciones y defienden el territorio campesino. Los pequeños propietarios y sin tierra son los que participan en los proyectos productivos y de conservación que se ofrecen desde el distrito y las ONG.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos institucionales, gubernamentales y no gubernamentales, así como los sociales y comunitarios para implementar proyectos productivos bajo lógicas agroecológicas, se observó que estos no se mantienen en el tiempo, y tampoco las iniciativas de conservación y restauración de áreas naturales de interés. Más bien se ha visto que las iniciativas de producción agroecológica se logran mantener cuando se realizan en el marco de iniciativas de agroecoturismo.
Las activididades agrícolas son altamente dependientes del régimen de lluvias al no existir un sistema de riego. En este sentido, los campesinos tienen una vulnerabilidad en sus sistemas productivos que se evidencia en la realización de las rogativas a San Isidro en los períodos de verano en todo el territorio rural. Sin embargo, para la producción no existe una relación directa y evidente de cuidado del agua.
El cuidado del agua se da en contextos de producción para el autoconsumo por parte de quienes habitan el territorio, los propietarios ausentistas y arrendatarios tienen menor cuidado.
Por su parte, los grandes propietarios dan en arriendo y dedican su tierra a sistemas de producción intensiva con agroquímicos y buscan oportunidad en la plusvalía de la urbanización. Estos propietarios no son visibles para los investigadores de esta red tripartita, y tampoco están en los circuitos de los debates y los procesos de la participación local.
A pesar de los esfuerzos institucionales, gubernamentales y no gubenamentales, así como los sociales y comunitarios para implementar proyectos productivos bajo las lógicas agroecológicas, se observó que no se mantienen en el tiempo estos proyectos agroecológicos y tampoco las iniciativas de conservación y restauración de áreas naturales de interés. En particular, se observa un interés creciente en el territorio por implementar alternativas para los pequeños productores articuladas a propuestas de agroturismo. Desde las visiones agroecológicas, el agua y su buen cuidado son muy importantes, como se pudo ver en las fincas que tienen este enfoque (las fincas que hacen parte de las rutas turísticas agroecológicas, como las de la Corporación Mujer y Tierra y la asociación Asoproam).
La construcción de los acueductos veredales fue pensado por y para los pobladores rurales que han ido creciendo en número en el tiempo. Al mismo tiempo ha ido avanzando la urbanización informal y estos nuevos habitantes del territorio también demandan el recurso vital del agua. Esto ha generado disputas abiertas en el pasado, conocidas como las guerras del agua entre los pobladores de urbanizaciones ilegales y los habitantes rurales. Aún en la actualidad existen presiones sobre los acueductos veredales para ofrecer servicio a un número creciente de habitantes, una situación que demanda reflexión y manejo.